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María Cristina Aparicio

 

Entrevista de radio sobre su obra

 

<a href=»http://www.ivoox.com/maria-cristina-aparicio-escritora-colombo-ecuatoriana-22-noviembre-audios-mp3_rf_2580300_1.html» title=»María Cristina Aparicio escritora colombo ecuatoriana. 22 noviembre 2013″>Ir a descargar</a>

 
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http://www.elmundo.com/portal/cultura/cultural/reconocimiento_a_las_historias_de_la_cuchara.php

Reconocimiento a las “Historias de la cuchara”
15 de Enero de 2013

Con su libro “Historias de la cuchara”, la escritora María Cristina Aparicio fue finalista, en el año 2010, del Premio Norma Fundalectura.
   
Foto: Cortesía

Portada del libro «Historias de la cuchara», que es editado en Colombia por Norma.

Redacción Cultura
Una serie de relatos donde se mezcla un poco de la historia política latinoamericana con la comida típica de varios países de nuestra región, de eso se trata “Historias de la cuchara”, el libro de la escritora colombo ecuatoriana María Cristina Aparicio, que recientemente recibió el Certificado de Honor de la Organización Internacional para el Libro Infantil y Juvenil.
“En este libro de cuentos cortos aparecen personajes de la historia política y social, como Pablo Escobar, por Colombia; el grupo revolucionario los Tupamaros, de Uruguay; los desaparecidos por la dictadura argentina o el presidente ecuatoriano Abdalá Bucaram.
Pero esas historias se mezclan de una forma muy natural con las recetas de platos típicos como los fríjoles, las empanadas, el pastel de manzana o la sopa de bolitas de harina”, explica Jael Stella Gómez, editora de “Historias de la cuchara” en Colombia.
¿Cómo logró la escritora hacer con estos personajes unos relatos atractivos  para el público infantil y juvenil? La respuesta es sencilla: con humor.
“Los protagonistas son personas comunes y corrientes que están inmersas en esa realidad política y social, pero que la viven a su manera. Por ejemplo, en el relato de Colombia la protagonista es una tía de Pablo Escobar, que es una mujer antioqueña muy ingenua en su visión de mundo y que termina pensando, cuando va al zoológico de su sobrino, que los hipopótamos son marranos gigantes y que ella puede hacer con las pezuñas de esos marranos gigantes una súper preparación de fríjoles”, expone la editora.
Las historias de este libro son completamente ficticias, y aunque se desarrollan en lugares y contextos sociales específicos, su intención es más narrativa que histórica, mostrando un poco de la cultura de cada uno de los países. Y fue eso lo que hizo a esta obra merecedora del Certificado de Honor.
“Los libros a los que la Organización Internacional para el Libro Infantil y Juvenil les entrega este reconocimiento entran a ser parte de un catálogo mundial que tiene como objetivo acercar y divulgar la cultura y la narrativa entre diferentes países”, afirma Jael Stella Gómez.
Los libros que ganan este premio son seleccionados por ser los más representativos en aspectos como narrativa e ilustración.

La autora

Nació en Bogotá pero su infancia la pasó en Perú y, posteriormente, en Ecuador, país en el que está radicada.

Estudió letras y castellano en la Universidad Católica de Quito. Realizó estudios de posgrado en escritura de guiones en España.

Su obra se caracteriza por el uso del humor. Ganó el Premio Darío Guevara Mayorga con la novela «Un monstruo se comió mi nariz», y ha sido finalista del Concurso Iberoamericano de Literatura Infantil Fundalectura en dos ocasiones.

La Organización

La Organización Internacional para el Libro Infantil y Juvenil es un conjunto de instituciones que buscan la promoción de la literatura infantil y juvenil en varios países del mundo. Fue fundada en Suiza en 1953.

Cada país que hace parte de la Organización tiene una institución representante, siendo esta institución la encargada de promocionar la lectura dentro de su país así como de divulgar la producción local de forma internacional. La representante de Colombia en la Organización Internacional para el Libro Infantil y Juvenil es Fundalectura.

La Organización, que realiza desde el año 1998 congresos internacionales, está conformada por más de 60 instituciones.

 

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Cartegena recomienda La gran Georgina, mi dislexia y Loconcio

Libros/ Recomendados – 30 de diciembre de 2012

REDACCIÓN DOMINICAL | Publicado el 30 de diciembre de 2012 – 12:01 am.
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De viaje por el mundo. Crónicas y notas sobre experiencias en 70 países. David Sánchez Juliao.

De viaje por el mundo. Crónicas y notas sobre experiencias en 70 países. David Sánchez Juliao. 302 páginas. Este libro póstumo del inolvidable escritor David Sánchez Juliao (1945-2011), nos deslumbra por su humanidad, su alto sentido del humor y su capacidad ingeniosa y memoriosa para captar detalles humanos de su errancia por este mundo. Las crónicas de viaje a México, Grecia, India, Egipto, Antillas Holandesas, Sudeste Asiático, son extraordinarias no solo por lo que revela y cuenta, sino por el lenguaje diáfano y seductor con que narra las historias. Sin duda, un bello libro que nos envía Paloma Sánchez, su hija.

Alfredo Guerrero: La pureza visual. Es el bellísimo catálogo de la más reciente exposición de Alfredo Guerrero en el Museo de Arte Moderno de Cartagena, con artículos de Álvaro Medina, Germán Rubiano Caballero, Francia Escobar de Zárate, Yolanda Pupo de Mogollón y Eduardo Hernández. Contiene imágenes de algunas de las 63 obras que expone el gran dibujante y pintor Alfredo Guerrero (Cartagena, 1936).

La gran Georgina, mi dislexia y Loconcio. Maria Cristina Aparicio. Editorial Normal. 94 páginas. Esta colección de Torre de Papel nos sorprende por su calidad y su vinculación de nuevos autores nacionales e internacionales. María Cristina Aparicio, nacida en Bogotá, ganó el Premio Darío Guevara Mayorga con su novela Un monstruo se comió mi naruiz, y dos veces el segundo lugar en el concurso iberoamericano de literatura infantilñ –Norma Fundalectura.

Síganos en Twitter: @ElUniversalCtg

 

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ENTREVISTA EN EL DIARIO EL COLOMBIANO

Cristina creó un viaje literario con sabor

María Cristina Aparicio fue finalista del premio Norma Fundalectura con Historais de la cuchara en 2010. FOTO CORTESÍA

Cristina creó un viaje literario con sabor

El libro Historias de la cuchara es un recorrido por la historia culinaria y política de varios países del continente.

POR LAURA B. CASTRO CÁRDENAS | Publicado el 22 de enero de 2013

 María Cristina Aparicio es una ciudadana del mundo. Ha viajado por Latinoamérica y ha tenido tiempo para enamorarse de las recetas típicas de estas tierras, como el chicharrón -su preferido, confesión que hace en torno a lo mucho que le gusta comer-, el pollo, las empanadas y los postres argentinos de origen italiano.


A los siete años salió de Colombia para vivir una década en Perú y quedarse, finalmente, en Quito, Ecuador, en donde lleva cerca de 20 años cultivando sus dos amores: la literatura y la cocina.

En ambos ámbitos se preparó y sin saber que podrían tener algo de correspondencia, empezó a explorar los platos de cada país de Latinoamérica, dando como resultado una explosión creativa que ya es reconocida en esta, su nación de origen.

El libro Historias de la cuchara, de la editorial Norma, fue reconocido con el Certificado de Honor de la Organización Internacional para el Libro Infantil y Juvenil (Ibby), gracias a su contenido pedagógico y riqueza cultural que se notan en cada una de sus páginas.

«Yo en Colombia no tenía reconocimiento. En Ecuador se eligen los premios para alguien que tiene mucha fama. Ser reconocida en mi país es muy importante».

Un viaje por el continente
María Cristina encontró, en los ricos platos del continente, historias que quería contar, cuentos que pudiera atar con la comida y a la manera de prepararla.

«A mí me apasiona mucho el cuento de Paraguay, tanto que me fui hasta Asunción. Allá tuvo lugar una guerra entre 1865 y 1870, fue terrible porque Brasil, Argentina y Uruguay se unieron contra Paraguay, querían desaparecer al país. El resultado fue el exterminio de la población y quedaron prácticamente solo mujeres, ancianos y niños».

En el segmento del libro que pertenece a ese país, la escritora colombo-ecuatoriana narra la valentía de la población y los ánimos de salir adelante.

«En Chile empecé a investigar Pinochet. Su esposa, de la que no sabía mucho, me llamó la atención. Ella tenía una personalidad especial. Las chilenas tienen un carácter fuerte, son echadas para adelante y la esposa era la que manejaba al dictador, lo regañaba en público y escribí un cuento sobre ella y lo uní con el vino chileno».

Y si bien hay muchas historias que relatan momentos duros de la región, cada una de ellas deja enseñanzas y termina de una manera dulce. Dulce porque es lo que más le gusta a la mujer detrás de las líneas.

«Me gustan las cosas con sabor dulce, que te motiven a ser mejor en la vida, no cosas oscuras porque ya hay muchas así».

 

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VENECIA VS XOCHIMILCO

Venecia y Xochimilco tienen una sola cosa en común: son lugares turísticos en donde se alquilan botes sin motor, dirigidos por hombres parados que usan un largo remo en mano. Venecia es uno de los destinos románticos de la viejísima Europa; Xochimilco, un lago dentro de la ciudad de México, que seguramente hemos visto en alguna película antigua o telenovela.

Si me dan a escoger, yo prefiero, por largo margen, Xochimilco.

Conocí Venecia hace algunos años y me queda en la nariz el recuerdo del hedor de las aguas de sus canales.Un hedor –dicen que es más fuerte en algunos meses que en otros- que causa una sensación de suciedad general; como si hasta las góndolas, las casonas históricas y los estilizados remeros pudieron contagiarte de aquel olor de alcantarilla. Dicho sea de paso, no todas las edificaciones antiguas están restauradas y muchas parecen decadentes marqueses que visten trajes pomposos, pero descoloridos y destartalados. Me parece que a Venecia la aplasta el peso de tantas expectativas creadas por revistas, películas y canciones.

En cambio, los visitantes no esperan mucho del humilde Xochimilco. Claro, no está en Italia y  nunca Sofía Loren lució su escote sobre uno de esos sencillos botes mexicanos. De cualquier forma, para empezar, la limpieza de la laguna es intachable, a pesar del gentío de nacionales y extranjeros.  OLYMPUS DIGITAL CAMERAAdemás, el aire huele a fiesta. Familias enteras de mexicanos alquilan los botes para festejar matrimonios y cumpleaños. Si se trata de novios, alquilan un bote para ellos solos, cubren de pétalos rojos la mesa central, y cuando los ven, todos los grupos gritan: “beso, beso, beso”.

Los mariachis van en sus propios navíos y ofrecen la canción preferida por cien pesos. También hay conjuntos que interpretan música con arpa y marimbas, y temas bailables. Para completar el asunto, están los botes que venden michelada (cerveza sazonada y picante), tacos o elotes.  Y si todo esto no bastase, tome en cuenta que el costo de un día con su familia en Xochimilco no le alcanzaría ni para tomarse una limonada embotellada en Venecia.

Sí, señores. Si me lo preguntan, yo prefiero Xochimilco.

Disfrutando de los mariachis

Disfrutando de los mariachis

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tacos en Xochimilco

Tacos en Xochimilco

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El capitán de la balsa

El capitán de la balsa

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Silencio: mariachis descansando

Silencio: mariachis descansando

 

 

 

 

 
 

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¿La literatura infantil y juvenil debe acercar los problemas sociales a los lectores de cualquier edad? (Ponencia leída en la Filij, México DF, noviembre 2012)

Es obvio que la literatura juvenil abunda en temáticas sociales como pandillas, drogadicción, anorexia, bullying, etc. Y, además, es bien sabido que los adolescentes cuentan ya con capacidades intelectuales que les permiten analizar temas complejos.

 

La  pregunta en la que quiero enfocarme es, ¿debemos acercar los problemas sociales a niños de cinco, seis, ocho años, a través de la literatura?

 

Mi respuesta es que definitivamente no. Los niños no necesitan ser “acercados” a los problemas sociales, porque ya viven suficientemente cerca de ellos. Algunos, inclusive, sufren problemas terribles como la guerra o la delincuencia organizada.

 

Y si con la palabra “acercar” nos  referimos a explicarles los problemas sociales a los niños, creo que esa no es labor de la literatura infantil. No es labor de un escritor de literatura infantil, por ejemplo, aplastarse el cerebro creando una novela para que un primer lector comprenda el porqué dos personas que se casan y se prometen amor eterno, se divorcian a los cinco meses…  Algo así va más allá del poder de la literatura infantil.  Vaya… Apenas si Kundera o Leo Tolstoi han podido bosquejar algunas posibilidades para que los adultos intuyamos por qué el matrimonio parece funcionar tan torcidamente en tan numerosas ocasiones.

 

Lo que la literatura infantil sí puede hacer es tomar con seriedad los conflictos internos que los problemas sociales provocan en el niño pequeño.  Lo repito porque éste es el resumen de mi exposición. Con solo decirles esta frase, la verdad es que me hubiera ahorrado leerles las cinco hojas restantes: Lo que la literatura infantil para los más chicos sí puede hacer es tomar con seriedad los conflictos internos que los problemas sociales provocan en el niño.

 

Pero, claro, un texto que tome en serio los conflictos de los niños no tiene que ser más aburrido que el sermón de las catorce estaciones de Semana Santa o parecer una telenovela latinoamericana de bajo presupuesto y triste guionista. El niño o niña puede verse reflejado en un cuento o en una novela humorística, de aventuras, llena de fantasía o de ciencia ficción. Como nos explicaba ayer Fanuel en su excelente conferencia, la literatura se ha valido de diferentes medios como las metáforas, símbolos y creación de seres fantásticos para hacerle digerible al niño realidades terribles.

Un  texto literario atractivo puede motivar al chico a que navegue por  sus miedos, ansiedades, tristezas, y puede sugerirle soluciones o guiarlo para que él mismo las encuentre. O, en todo caso, la literatura puede ayudar al niño a desarrollar empatía por otras personas que sufren debido a los problemas sociales de los que tanto se habla en la televisión o en el Internet. Y la empatía, como sabemos, es uno de los ingredientes principales de la inteligencia emocional.

 

La literatura puede  hacer todo esto. Pero,  ¿lo debe hacer –tal como sugiere la pregunta que nos han planteado hoy?

 

No, claro que no. Los escritores de literatura infantil podemos sencillamente asumir que la literatura debe tener para el niño  una función lúdica, y para el artista, una función expresiva. O sea, como soy escritor, puede darme la regalada gana de no tratar ningún tema social y de hablar solamente de las manchitas que tiene la cebra africana, que más parece mula que caballo y que si la vemos por el costado, más parece vaca la pobre. O mezcla de camello con vaca, que es peor.

 

Sin embargo, mi opinión es que los adultos que les leen a los niños deberían saber que cuentan con nosotros en su necesidad de tocar el alma infantil.

 

 

Y son muy importantes los adultos porque los niños, en su mayoría, no son quienes eligen los libros que leen- no en Latinoamérica, por lo menos- y eso lo demuestran las investigaciones de mercado. Los libros los eligen los padres y sobre todo,  los y las profesoras.

 

Y los padres y los educadores de hoy, que ven que sus niños pequeños están preocupados por las noticias de actualidad, por el incierto futuro ecológico, por el crimen, por la emigración, desempleo y estrés del mundo urbano, agradecerán a los escritores que además de apelar al aspecto lúdico, les den una manito con eso de enfrentar los miedos y preocupaciones más profundas que los niños ni siquiera saben cómo comunicar con palabras, y que a veces comunican con malos comportamientos o depresiones (es impresionante que la depresión infantil esté cada vez más en alza e inclusive, el suicidio de niños).

 

¿Es fácil tocar el alma infantil a través de un libro? Es dificilísimo. Pero tendría que ser la gran meta de un escritor de literatura infantil.

 

Habría pocas cosas más gratificantes para un escritor que saber que cuando una madre le lee su libro al niño pequeño, él se atreve a llorar,  la abraza y por fin le hace esa pregunta que jamás se había atrevido a plantearle. ¿Por qué se fue papá? O, en todo caso, ¿Por qué le pegas tanto a mi papá y le dices “mantenido”?

 

Habría pocas cosas más gratificantes para un escritor de literatura infantil que saber que luego de leer su libro con los alumnos, una maestra se acomoda sobre su mesa y conversa largamente con sus estudiantes más pequeños acerca de la tristeza que ellos sufren –por ejemplo- cuando sus padres los dejan para trabajar en Estados Unidos o Europa.

 

Y casi termino esta ponencia citando al laureado escritor español de literatura infantil, Daniel Nesquens: “Los niños son niños, pero no son tontos. Basta ya de diminutivos en la literatura infantil. La literatura infantil es algo muy serio”. Y termino agregando yo misma: “La literatura infantil es algo muy serio; mucho más serio –inclusive- que la literatura para adultos”.

 
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Publicado por en noviembre 27, 2012 en Artículos varios

 

Ética y Literatura (Ponencia leída en la Filij México DF, noviembre 2012)

¿DEBE LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL FORMAR ÉTICAMENTE A LOS LECTORES?

 

María Cristina Aparicio Agudelo

El nudo de esta pregunta que nos ocupa hoy es que la pobrecilla e inocente palabra “Ética” tiene una reputación bastante mala. Para empezar,  se la convierte en gemela de “moral”,  leyes, normas, monjitas de los colegios de antes, olor a incienso…

Sin embargo, ya alrededor del año 815 antes de Cristo, un filósofo griego formuló la que en mi opinión es la mejor definición de “Ética” que ha podido darse: “La ética es el arte del buen vivir”.  Así de sencillo y así de enorme.

Si una maestra le pregunta a sus alumnos de quince años lo que le preguntó Fernando Savater a su hijo en el libro sobre ética: ¿Qué es lo que màs deseas hacer en esta vida?, con toda seguridad, los chicos responderàn como el adolescente hijo del filósofo: “Quiero pasarla chévere, quiero divertirme, quiero pasarla bacán, quiero vivir fresco. cooool”.  Entonces la profesora podría jurarles a sus alumnos, sin faltar a su palabra, que la literatura les ayudará a llevar esa vida bacana que tanto quieren.

Porque para Aristóteles como para Fernando Savater, la ética no es más que el arte de comprender qué nos conviene para alcanzar el bien más preciado en esta vida, que no es el dinero, la delgadez o la última tablet de Apple, sino la felicidad.

Es cuando ustedes y yo caemos en otra de esas palabras que se han usado tanto, que se han desgastado y  perdido su significado: la palabra “felicidad”.

Hace 815 años antes de Cristo, Aristóteles dedujo que la felicidad de hombres y mujeres tiene que estar asociada a la característica más distintivamente humana: la razón.

Si vamos uniendo las palabras para no perdemos, tendremos que la ética está asociada a la felicidad, que a su vez está ligada a la razón.

Savater sigue la posición aristotélica, pero aumenta un término más: la sociedad.

Para el filósofo español, la razón no es la única característica distintivamente humana. Savater concluye que un ser humano no puede ser humano si no está inmerso en una sociedad de congéneres (es bien sabido que los niños que se han criado entre animales no adquieren por arte de magia el lenguaje, y solo gruñen y se comportan como bestias, peleándose por un hueso y alzando la pata delante de cualquier árbol).

 

Entonces llegamos a una definición de ética que reúne todos estos términos: La ética es el arte de ser feliz en sociedad, a consecuencia de haber usado la razón.

Nótese que hemos subrayado la palabra razón. Si yo respeto un determinado sistema de leyes, es decir, si respeto una determinada “moral” (por ejemplo la moral talibán que prohíbe que las niñas estudien) no porque mi cabeza ha llegado a la conclusión de que es lo mejor sino porque de lo contrario los talibanes me abalearían, yo no estaría aplicando principios éticos. Porque para actuar éticamente la condición indispensable es la libertad.

Volvamos a la definición de ética: es el arte de ser feliz en sociedad, a consecuencia de haber usado la razón. No a consecuencia de que sobre mí hayan usado el garrote.

 

Ahora, volvamos a la pregunta inicial de esta reunión: ¿DEBE LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL FORMAR ÉTICAMENTE A LOS LECTORES?

En esta pregunta sobran varias cosas. Sobra la palabra “debe” y sobran los signos de interrogación.

 

La literatura forma éticamente a los lectores. Punto.

 

Ni siquiera hay que preguntarlo. Al leer una obra literaria –para niños, jóvenes o adultos- los lectores se están formando éticamente. Así los escritores no hayan tenido ni la más mínima intención de que eso sucediese.

 

¿Por qué? Porque las obras literarias, en especial los cuentos y novelas, nos presentan a seres humanos o humanizados que toman diferentes opciones en la vida. Y debido a ellas, tienen que acarrear con unas u otras consecuencias.

 

Si volvemos a los años 800 antes de Cristo, veremos que los griegos ya se habían percatado de esta función ética de la literatura, que tiene mucho que ver con la famosa “catarsis” que las tragedias clásicas perseguían conseguir en el pueblo.

 

Obras como la terrible “Edipo Rey”, en que como todos sabemos el hijo se casa con la mamá, y ella termina suicidándose y él sacándose los ojos, eran presentadas en los teatros para que las personas se purificaran mental, emocional, espiritual y hasta corporalmente.

 

Según Aristóteles, la catarsis es la facultad de la tragedia (de la literatura en general, diríamos nosotros) de redimir al espectador de sus propias pasiones, al verlas proyectadas en los personajes de la obra, y al permitirle ver el castigo merecido; pero sin experimentar dicho castigo él mismo.

 

Es decir que al leer, el niño, joven o adulto usan la razón para valorar éticamente las opciones. Si una persona o ser humanizado hace esto, aquello o lo otro, logrará ser feliz o infeliz, llevar una vida buena o mala, éticamente hablando. Y si hubiera hecho algo diferente, habrìa conseguido resultados opuestos.

 

Me dirán muchos –con hartísima razón- que lo mismo podríamos decir entonces de cualquier telenovela latinoamericana de bajo presupuesto o película de Hollywood. Y estaría en lo cierto.

 

Pero en esta comparación es cuando podemos resaltar el valor de la buena literatura.

 

‎La televisión y el cine, en general, clasifican a los seres humanos en “buenos”, “malos”, “héroes”, “villanos”, “valientes”, “cobardes”… La literatura infantil, juvenil o para adultos –la buena literatura- nos presenta seres reales que se enfrentan a diferentes situaciones con la libertad de tomar esta u otra opción, o esta u otra actitud. Y terminan soportando el tipo de vida o el tipo de muerte que ellos mismos provocaron.

 

Repito entonces que la literatura infantil y juvenil forma éticamente a los lectores; así los escritores y las editoriales no se lo hayan propuesto.

 

Lo que definitivamente no debe hacer la literatura infantil y juvenil es formar “moralmente” a los lectores.

 

Cuando se habla de moral, la gente se refiere a esas órdenes o costumbres que suelen respetarse, al menos aparentemente,  y a veces sin saber muy bien por qué. Pero lo realmente útil para el ser humano no està en someterse a ese código o en llevar la contraria a lo establecido sino intentar comprender.  Comprender por qué ciertos comportamientos nos convienen y otros no; comprender de qué trata la vida y qué es lo que puede hacerla “buena” para nosotros los humanos.

 

Seamos realistas y aceptemos que los niños y jóvenes de hoy no son los de antes. Nuestros chicos y jóvenes están expuestos a los productos artísticos o masivos de diferentes sociedades y, por lo tanto, de diferentes códigos morales. No solamente la moral católica sino la evangélica, oriental, ancestral…

 

Pretender limitar a nuestros lectores a una determinada moral es exponernos –como educadores, escritores o editorialistas- a la burla y el abandono de los niños y muchachos.

 

No tratemos de formarlos moralmente con nuestros cuentos, novelas o poemas. Permitámosles formarse éticamente; es decir, permitámosles analizar la moral que rige nuestra sociedad y compararla con otras morales; permitámosles usar su razón y decidir con libertad qué les conviene más para su vida, sus circunstancias y su propia felicidad.

 

En conclusión, ¿DEBE LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL FORMAR ÉTICAMENTE A LOS LECTORES?

No debe. Lo hace, así no lo pretenda. Lo que no debe es intentar formarlos “moralmente” porque eso, en este tiempo, es no solamente ridículo sino absurdo.

 

 

 
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Publicado por en noviembre 27, 2012 en Artículos varios

 

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Historias de la cuchara (opinión de los lectores)

historias-de-la-cuchara-historias-para-degustar#comment-1982394

La Gastro Groupie

Cualquier relación con la gastronomía es pura coincidencia

«Historias de la cuchara». Historias para degustar

La Gastro Groupie
Enviado por La Gastro Groupie el 18/07/2012 a las 15:29

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Debo aclarar que antes de leerlo, juzgué mal este libro. Quizás por su extensión promedio, porque lo encontré por casualidad o porque no conocía la hoja de vida de su autora. María Christina Aparicio.

Ésta colombo-ecuatoriana radicada en Quito es graduada en Letras y Castellano, profesora y  ¡ah! chef. Con estas aclaraciones no es sorpresa encontrar siete historias  que valen la pena leer. No voy a contar de qué se trata cada una, pero si puedo dar una pista de lo que encontrarán:

“XOCOLATL

Tanto amó Quetzalcóatl a los hombres, que robó para ellos la planta más preciada de los dioses: la del xocolatl. Las deidades enfurecieron y hubo fuegos, tormentas y terremotos; los mares se desbordaron, el cielo oscureció y Quetzalcóatl, la enorme serpiente emplumada, fue desterrada para siempre de la morada de los dioses y tuvo que habitar entre los hombres.

Sor Isabel escuchó esta historia de boca del soldado que llevó al convento de Oaxaca una jarra de una bebida oscura y espesa hecha de un fruto llamado xocolatl. El militar alertó a las

religiosas españolas de que debían probarla con cuidado porque tenía chile, era amarga y se pegaba en la boca y en la garganta, como las ventosas de una sanguijuela que baja lentamente por el cuerpo. A cambio, el xocolatl permitía que un hombre estuviera todo el día sin comer y despertaba las ganas de vivir. Era tanto el aprecio que le tenían los aztecas a las semillas de esta planta, que las usaban como monedas.

Sor Isabel era una de las encargadas de cuidar el huerto y tratar de adaptar las legumbres europeas a esa tierra extraña de tantos colores, animales y plantas de fertilidad descarada. Apenas tenía dieciséis años y había llegado nueve meses atrás de España. Sin embargo, aún se sentía en constante estado de alerta y desprotección.

Al igual que las otras religiosas españolas, Isabel se asomó a la jarra de xocolatl; sonrió como las demás y compartió sus burlas porque el contenido no le pareció más que barro convertido en bebida. La madre superiora, más bromista que interesada, ordenó a Inés, la pequeña, tomar un sorbo. Los labios de la pobrecita quedaron embarrados de aquella baba oscura.”  

(Cuento tomado del libro«Historias de la cuchara» de Ma. Cristina Aparicio. Bogotá. Editorial Norma. 2011)

cuchara.jpgTodas siete tienen como eje una preparación, un momento histórico y varios personajes -que perfectamente podrían ser candidatos a estar en una pantalla- que completan este libro. Al terminar quedé convencida de que no hay nada como el amor a segunda vista. No solo en los libros sino en las recetas.

 

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Toallas ecológicas (crónica de usuaria)

Toallas ecológicas

Para empezar, debo aclarar que soy una ecologista novata, en ciernes… aprendiz de ecologista. Todo empezó cuando fui a vivir con mi novio cuasi vegetariano a su preciosísima casa de adobe, en el campo, cerca de Quito, Ecuador. Comencé cuidando una maceta, y luego otra y después otra. Como me gusta la cocina, se me ocurrió aprovechar tanto terreno para sembrar un huerto orgánico (esa es otra historia, porque al inicio no me fue tan en mi cultivo y ahora no sé que hacer con tanta cosecha y me toca andar de santa Teresita de Calcuta) ¡Eso de pasar de ser escritora a ecologista es una cosa muy peliaguda!)

Por acompañar a mi guapísimo novio, en lugar de ir a restaurantes o a centros comerciales, empecé a dedicar mis fines de semanas y feriados a las montañas y selvas. Y para rematar mi camino hacia el ecologismo, ¡me compré un perro!  Se llama Mackenzy, y antes de él, yo no había tenido ningún perro que me ladrara; y es más, odiaba a los perros que me ladraban y mucho más a los que se les ocurría lamerme las orejas o el cachete. Ahora babeo por las babas de Mackenzy.

Es decir que fueron las espinacas, acelgas y Mackenzy los que me llevaron al camino ecologista. Y en una cafetería orgánica y verde de Quito -llamada  Garden´s,- compré un paquete de toallas higiénicas femeninas ecológicas.

Mi primer error fue comprarlas un día en que solo estaba el chef de la cafetería: un muchacho joven y amigable, que sin embargo se puso nervioso cuando le pedí un paquete de esas cosas femeninas.

El pobre no sabía cuáles eran para flujo abundante o liviano o protectores… Y miraba uno y otro paquete, con cara de despiste y algo de vergüenza. Como entraron más hombres al local, y no quería ser yo la avergonzada, tomé el primer paquete que alcancé, lo pagué y me fui con mi sonrojo a otro lado.

Las explicaciones del papelito que venía adentro no fueron suficientes. Era obvio que había que meter las toallas dentro de las «lunas» (o contenedores de tela), pero ¿para qué lado me las colocaba? Las lunas tienen un lado blanco y un lado de alguna tela colorida. Yo tomé justo la opción incorrecta de colocar el lado colorido al contacto con mi piel, porque pensé que así la mancha no se notaría mucho. Además, como la abertura por donde se introducen las toallas no cerraba bien, pensé que la cuestión era que el flujo llegara más rápidamente a las toallas interiores.

Como no me resultaron cómodas las famosas «toallas» ecológicas, acudí a hablar cara a cara con una de las promotoras -en la cafetería Garden´s, un miércoles por la tarde- que me explicó bien el asunto. Uno debe poner las toallas por la abertura que está en el lado colorido de la «luna», pero la piel queda en contacto con la parte blanca y suave. Ok. Entendido.

El asunto del lavado me resultó más fácil de lo esperado. Pero toma tiempo y paciencia. Primero, las «lunas» y toallas, ya usadas, se dejan una noche en agua fría. Luego se lavan con algún jabón biodegradable (si la intención es usar el agua llena de nutrientes de tu periodo, regando las plantitas).

Si las manchas persisten, les pones un poco de jabón y las dejas a pleno sol. Por la promotora de las «lunas», me enteré de que el sol es un buen quita manchas. Y es verdad. Después de puestas al sol, se vuelven a lavar y se secan normalmente.

La promotora dice que con el uso de las «lunas», que no contienen productos químicos, el sangrado es cada vez menor o menos fuerte, y el lavado es más fácil.

Ellas creen -no sé si tienen pruebas- que las toallas comerciales provocan que la menstruación dure más días. El uso de la «lunas» aminora el tiempo. Solo las he usado dos meses, así que no puedo ser objeto de investigación. Ya les contaré.

He usado el agua en que he lavado las «lunas» y las toallitas, y puedo asegurar que, por lo menos, mis plantas no se han muerto, Lo juro ante una Biblia.

También puedo jurarles que un paquete de tres «lunas» con seis toallitas para poner dentro me costó $18 dólares. Es decir, bastante caro. Comprendo que cada «luna» se hace a mano, y hay que cortar las telas, cocerlas, darles los acabados, hacer los empaques -de tela también-, promocionar, comercializar…  Pero las toallas me parecieron costosas porque una mujer en su periodo necesita por lo menos tres toallas diarias.

Estas toallas ecológicas necesitan todo un proceso de lavado, que dura unos dos días como mínimo. Es decir que si usted tiene un periodo de cuatro días, necesitaría por lo menos tres paquetes de $18. Es decir, necesita una inversión de  $54 dólares.  Mi economía no me da para tanta ecología.

Claro que si, como explican sus promotoras, sumamos la cantidad de dinero que la mujer gasta al mes en sus toallas de plástico, con la opción ecológicas se ahorra dinero. Eso parece. Solo parece.

Yo gastaba, exagerando mucho, $3 mensuales. Es decir que en un año y medio habré amortizado mi inversión en las toallas ecológicas. Pero sus promotoras dicen que las «lunas» bien cuidadas duran solo dos años (la vida útil de las toallitas que van por dentro es mucho menor, y hay que comprarlas aparte). Es decir que en dos años, usted se ahorrará $5 dólares con sus «lunas» ecológicas.

Pero si tomamos en cuenta el tiempo y la paciencia para desmancharlas y el jabón ecológico que debe usarse para su lavado, resulta que usted no ahorra ni un carajo sino que sale perdiendo.

Antes que me mate mi novio ecologista y los demás ecologistas del planeta, debo aclarar que la ecología no es cuestión de dinero. Es cuestión no solo de cuidar la naturaleza sino, aún más, de unirse a ella.

Seguro que en el Internet encontrarán el dato de cuántas toallas higiénicas llenas de plástico y químicos, usamos las mujeres del mundo al mes. Deben ser toneladas. Toneladas de material sucio y no desechable que mancha al planeta y lo enferma. Solo por eso, vale la pena entrarle al tema de «las toallas femeninas ecológicas».

Eso sí. Las toallitas no son muy delgadas que digamos. Sobre todo, si usted tiene flujo abundante. O sea que durante su periodo, olvídese un poco de la ropa ajustada y la coquetería a punta de enseñar las formas. Dicen las promotoras que el tiempo de la menstruación deber ser dedicado al propio cuerpo y al relax. Nada de pantalones ajustados, tacos, maquillajes ni minifalditas blancas.

A cambio, dicen ellas, uno se siente tan unido a su propio ser que hasta el cuerpo le avisa el momento en que sangrará para que la mujer alcance a ir a un baño y así no manche tanto sus toallitas y no tenga que lavar tanta «luna». Juro que eso dicen, y lo llaman «menstruacción conciente». Resulta que el sangrado no es por gotas sino por descargas. Y si uno está bien comunicado con el cuerpo, entonces el cuerpo habla.

Por otro lado, las promotoras de estas toallas a nivel mundial, explican que el plástico, los químicos y pegamentos de las toallas convencionales, nos calientan demasiado y nos provocan infecciones y otra serie de males:

http://toallasfemeninasecologicas.wordpress.com/

Yo me he decido a probar por un buen tiempo estas toallas, para comprobar tantas maravillas. Ya les contaré. Pero me gustaría saber cómo le va a una chica de la ciudad que no tenga sol que entre por las ventanas de su edificio para desmanchar sus «lunas», o viva en un pequeño apartamento con otras personas, y no pueda darse el lujo de dejar remojando sus toallitas sucias, por el riesgo a que los otros se mueran del asco y la boten del lugar por «cochina». (La gente es tan antiecológica, que no comprendería que el sangrado es bello y natural, y que una tela manchada es un signo de amor a la Pachamama o madre tierra).

En fin. Estoy segura que cuando la ecología se ponga más de moda en el mundo -ojalá así pase, y no solo sea moda sino conciencia y hábito- los gringos no demorarán en sacar toallas ecológicas desechables y biodegradables. Ojalá, porque a mi novio eso de que yo deje mis toallitas remojando y secando en su patio, está a punto de terminarle con toda su santa ecología.

 

 
 

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La mágica isla de San Andrés desde la mirada de una bloguera española

Cierre los ojos y respire hondo. Imagine un mar muy azul, transparente. Un poco más cristalino.

Piense ahora en arena blanca, muy blanca, todavía más blanca. La verdad es que este ejercicio lo hice muchas veces antes de viajar a San Andrés, pero no fue suficiente; el mar y las playas en esta isla del Caribe colombiano, de 27 kilómetros cuadrados frente a las costas de Nicaragua, son mucho más bellos de lo que pude imaginar. Este es un lugar que cautiva desde el comienzo.

Buceo y sol en una isla difícil de dejar

Antes de ir a San Andrés, asegúrese de estar preparado para la diversión que le espera en este trozo de Colombia en el Caribe.

Llego a San Andrés de noche con mi hermana Maite y mi sobrino Abe, que han venido a visitarme. Los españoles lo hicieron antes, a principios del siglo XVI, pero con las mismas se marcharon y dejaron vía libre a puritanos ingleses, a sus esclavos y hasta a piratas como Francis Drake o Henry Morgan, que presumieron de tener bajo su control este trocito de paraíso.

España nunca colonizó ni pobló esta isla, pero se la pasó peleando por su dominio y gobierno. El asunto se zanjó en 1795 cuando la corona española accedió a la petición de los británicos de permanecer allí a cambio de someterse a España y a su estructura jurídica.

En 1822, San Andrés, Providencia y Santa Catalina -las otras islas que conforman el archipiélago- pasaron a pertenecer a Colombia y, como nadie les hizo mucho caso, mantuvieron su independencia económica y cultural, y su propio dialecto: el créole.

Pero llega el siglo XX y, con él, el deseo del Estado colombiano de catolizar, civilizar e hispanizar las islas. ¿Y qué hace? Prohibir el
créole en los colegios e imponer el español.

Desde entonces, se vive una lucha constante por la defensa y la reivindicación de los derechos isleños. Luciano nos recoge en el aeropuerto y oigo de su boca mis primeras palabras en créole, esa curiosa mezcla de inglés y español que solo ellos entienden.
Llegamos al hotel. Se llama Cocoplum y está en una de las playas más bonitas y tranquilas de la isla. Lo primero es quitarnos los zapatos y salir a pisar la arena, ver bien de cerca y oler este mar con el que hemos soñado.

El mar es un inmenso espejo; recorro un rato la playa a solas y descalza. A lo lejos, diviso lo que queda de un barco que naufragó cerca y que quedó aquí encallado hace más de 40 años, cuando lo remolcaban. Está pegado a Rocky Cay, esa pequeña isla a la que se puede llegar andando o nadando por un corredor de agua de no más de 200 metros, poco profundo, de aguas transparentes.

Buceamos hasta el barco hundido; hay cientos de peces y corales, incluso pegados al casco. La visibilidad es excelente. Por la tarde, salimos en barco con Mario Fernández, su tripulación y otros extranjeros que han venido de vacaciones. Mario llegó a San Andrés hace más de 20 años y después de tener varios negocios se dedicó a esto de los tours marinos.

Pocos lugares en el mundo tienen un mar como este; no puede ser más azul ni más transparente. Saltamos al agua y, equipados solo con nuestras gafas de buceo y los tubos para respirar, nos comienzan a remolcar muy despacito, cogidos de una cuerda.

Qué espectáculo: vemos peces cirujano, loros guacamayo y azul, ángeles reina y francés, peces globo, lenguados, erizos blancos, corales cerebro, esponjas…

¿Algo más? Seguro, pero vemos tantas cosas en este paraíso submarino declarado Reserva Mundial de la Biosfera que es fácil que se me olvide algo.

Otra vez a bordo, un poco de navegación y un nuevo fondeo, esta vez al lado de la barrera coralina, la tercera más extensa del mundo.

El mar aquí tiene otro azul, más oscuro e intenso, por algo lo llaman el de los siete colores. Buceamos entre corales de fuego y más y más peces. ¡Hasta vemos un tiburón nodriza recostado en una cueva!

Cae el sol. Volvemos a sumergirnos, pero esta vez rodeados de mantas raya que vienen hasta el barco en busca de comida en forma de pan y bonito. Están tan cerca que podemos tocarlas; son suaves.

Regresamos al hotel, deliciosa cena en Miss Celia Restaurante, donde probamos las muelas de cangrejo cocinadas en salsa de cebolla y tomate. No me quiero ir, quiero quedarme en silencio contemplando este mar, esta vegetación, los cayos, los barcos…

Toya Viudes
Para EL TIEMPO  eltiempo.comImagen

 
 

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