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Archivos Mensuales: noviembre 2012

¿La literatura infantil y juvenil debe acercar los problemas sociales a los lectores de cualquier edad? (Ponencia leída en la Filij, México DF, noviembre 2012)

Es obvio que la literatura juvenil abunda en temáticas sociales como pandillas, drogadicción, anorexia, bullying, etc. Y, además, es bien sabido que los adolescentes cuentan ya con capacidades intelectuales que les permiten analizar temas complejos.

 

La  pregunta en la que quiero enfocarme es, ¿debemos acercar los problemas sociales a niños de cinco, seis, ocho años, a través de la literatura?

 

Mi respuesta es que definitivamente no. Los niños no necesitan ser “acercados” a los problemas sociales, porque ya viven suficientemente cerca de ellos. Algunos, inclusive, sufren problemas terribles como la guerra o la delincuencia organizada.

 

Y si con la palabra “acercar” nos  referimos a explicarles los problemas sociales a los niños, creo que esa no es labor de la literatura infantil. No es labor de un escritor de literatura infantil, por ejemplo, aplastarse el cerebro creando una novela para que un primer lector comprenda el porqué dos personas que se casan y se prometen amor eterno, se divorcian a los cinco meses…  Algo así va más allá del poder de la literatura infantil.  Vaya… Apenas si Kundera o Leo Tolstoi han podido bosquejar algunas posibilidades para que los adultos intuyamos por qué el matrimonio parece funcionar tan torcidamente en tan numerosas ocasiones.

 

Lo que la literatura infantil sí puede hacer es tomar con seriedad los conflictos internos que los problemas sociales provocan en el niño pequeño.  Lo repito porque éste es el resumen de mi exposición. Con solo decirles esta frase, la verdad es que me hubiera ahorrado leerles las cinco hojas restantes: Lo que la literatura infantil para los más chicos sí puede hacer es tomar con seriedad los conflictos internos que los problemas sociales provocan en el niño.

 

Pero, claro, un texto que tome en serio los conflictos de los niños no tiene que ser más aburrido que el sermón de las catorce estaciones de Semana Santa o parecer una telenovela latinoamericana de bajo presupuesto y triste guionista. El niño o niña puede verse reflejado en un cuento o en una novela humorística, de aventuras, llena de fantasía o de ciencia ficción. Como nos explicaba ayer Fanuel en su excelente conferencia, la literatura se ha valido de diferentes medios como las metáforas, símbolos y creación de seres fantásticos para hacerle digerible al niño realidades terribles.

Un  texto literario atractivo puede motivar al chico a que navegue por  sus miedos, ansiedades, tristezas, y puede sugerirle soluciones o guiarlo para que él mismo las encuentre. O, en todo caso, la literatura puede ayudar al niño a desarrollar empatía por otras personas que sufren debido a los problemas sociales de los que tanto se habla en la televisión o en el Internet. Y la empatía, como sabemos, es uno de los ingredientes principales de la inteligencia emocional.

 

La literatura puede  hacer todo esto. Pero,  ¿lo debe hacer –tal como sugiere la pregunta que nos han planteado hoy?

 

No, claro que no. Los escritores de literatura infantil podemos sencillamente asumir que la literatura debe tener para el niño  una función lúdica, y para el artista, una función expresiva. O sea, como soy escritor, puede darme la regalada gana de no tratar ningún tema social y de hablar solamente de las manchitas que tiene la cebra africana, que más parece mula que caballo y que si la vemos por el costado, más parece vaca la pobre. O mezcla de camello con vaca, que es peor.

 

Sin embargo, mi opinión es que los adultos que les leen a los niños deberían saber que cuentan con nosotros en su necesidad de tocar el alma infantil.

 

 

Y son muy importantes los adultos porque los niños, en su mayoría, no son quienes eligen los libros que leen- no en Latinoamérica, por lo menos- y eso lo demuestran las investigaciones de mercado. Los libros los eligen los padres y sobre todo,  los y las profesoras.

 

Y los padres y los educadores de hoy, que ven que sus niños pequeños están preocupados por las noticias de actualidad, por el incierto futuro ecológico, por el crimen, por la emigración, desempleo y estrés del mundo urbano, agradecerán a los escritores que además de apelar al aspecto lúdico, les den una manito con eso de enfrentar los miedos y preocupaciones más profundas que los niños ni siquiera saben cómo comunicar con palabras, y que a veces comunican con malos comportamientos o depresiones (es impresionante que la depresión infantil esté cada vez más en alza e inclusive, el suicidio de niños).

 

¿Es fácil tocar el alma infantil a través de un libro? Es dificilísimo. Pero tendría que ser la gran meta de un escritor de literatura infantil.

 

Habría pocas cosas más gratificantes para un escritor que saber que cuando una madre le lee su libro al niño pequeño, él se atreve a llorar,  la abraza y por fin le hace esa pregunta que jamás se había atrevido a plantearle. ¿Por qué se fue papá? O, en todo caso, ¿Por qué le pegas tanto a mi papá y le dices “mantenido”?

 

Habría pocas cosas más gratificantes para un escritor de literatura infantil que saber que luego de leer su libro con los alumnos, una maestra se acomoda sobre su mesa y conversa largamente con sus estudiantes más pequeños acerca de la tristeza que ellos sufren –por ejemplo- cuando sus padres los dejan para trabajar en Estados Unidos o Europa.

 

Y casi termino esta ponencia citando al laureado escritor español de literatura infantil, Daniel Nesquens: “Los niños son niños, pero no son tontos. Basta ya de diminutivos en la literatura infantil. La literatura infantil es algo muy serio”. Y termino agregando yo misma: “La literatura infantil es algo muy serio; mucho más serio –inclusive- que la literatura para adultos”.

 
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Publicado por en noviembre 27, 2012 en Artículos varios

 

Ética y Literatura (Ponencia leída en la Filij México DF, noviembre 2012)

¿DEBE LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL FORMAR ÉTICAMENTE A LOS LECTORES?

 

María Cristina Aparicio Agudelo

El nudo de esta pregunta que nos ocupa hoy es que la pobrecilla e inocente palabra “Ética” tiene una reputación bastante mala. Para empezar,  se la convierte en gemela de “moral”,  leyes, normas, monjitas de los colegios de antes, olor a incienso…

Sin embargo, ya alrededor del año 815 antes de Cristo, un filósofo griego formuló la que en mi opinión es la mejor definición de “Ética” que ha podido darse: “La ética es el arte del buen vivir”.  Así de sencillo y así de enorme.

Si una maestra le pregunta a sus alumnos de quince años lo que le preguntó Fernando Savater a su hijo en el libro sobre ética: ¿Qué es lo que màs deseas hacer en esta vida?, con toda seguridad, los chicos responderàn como el adolescente hijo del filósofo: “Quiero pasarla chévere, quiero divertirme, quiero pasarla bacán, quiero vivir fresco. cooool”.  Entonces la profesora podría jurarles a sus alumnos, sin faltar a su palabra, que la literatura les ayudará a llevar esa vida bacana que tanto quieren.

Porque para Aristóteles como para Fernando Savater, la ética no es más que el arte de comprender qué nos conviene para alcanzar el bien más preciado en esta vida, que no es el dinero, la delgadez o la última tablet de Apple, sino la felicidad.

Es cuando ustedes y yo caemos en otra de esas palabras que se han usado tanto, que se han desgastado y  perdido su significado: la palabra “felicidad”.

Hace 815 años antes de Cristo, Aristóteles dedujo que la felicidad de hombres y mujeres tiene que estar asociada a la característica más distintivamente humana: la razón.

Si vamos uniendo las palabras para no perdemos, tendremos que la ética está asociada a la felicidad, que a su vez está ligada a la razón.

Savater sigue la posición aristotélica, pero aumenta un término más: la sociedad.

Para el filósofo español, la razón no es la única característica distintivamente humana. Savater concluye que un ser humano no puede ser humano si no está inmerso en una sociedad de congéneres (es bien sabido que los niños que se han criado entre animales no adquieren por arte de magia el lenguaje, y solo gruñen y se comportan como bestias, peleándose por un hueso y alzando la pata delante de cualquier árbol).

 

Entonces llegamos a una definición de ética que reúne todos estos términos: La ética es el arte de ser feliz en sociedad, a consecuencia de haber usado la razón.

Nótese que hemos subrayado la palabra razón. Si yo respeto un determinado sistema de leyes, es decir, si respeto una determinada “moral” (por ejemplo la moral talibán que prohíbe que las niñas estudien) no porque mi cabeza ha llegado a la conclusión de que es lo mejor sino porque de lo contrario los talibanes me abalearían, yo no estaría aplicando principios éticos. Porque para actuar éticamente la condición indispensable es la libertad.

Volvamos a la definición de ética: es el arte de ser feliz en sociedad, a consecuencia de haber usado la razón. No a consecuencia de que sobre mí hayan usado el garrote.

 

Ahora, volvamos a la pregunta inicial de esta reunión: ¿DEBE LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL FORMAR ÉTICAMENTE A LOS LECTORES?

En esta pregunta sobran varias cosas. Sobra la palabra “debe” y sobran los signos de interrogación.

 

La literatura forma éticamente a los lectores. Punto.

 

Ni siquiera hay que preguntarlo. Al leer una obra literaria –para niños, jóvenes o adultos- los lectores se están formando éticamente. Así los escritores no hayan tenido ni la más mínima intención de que eso sucediese.

 

¿Por qué? Porque las obras literarias, en especial los cuentos y novelas, nos presentan a seres humanos o humanizados que toman diferentes opciones en la vida. Y debido a ellas, tienen que acarrear con unas u otras consecuencias.

 

Si volvemos a los años 800 antes de Cristo, veremos que los griegos ya se habían percatado de esta función ética de la literatura, que tiene mucho que ver con la famosa “catarsis” que las tragedias clásicas perseguían conseguir en el pueblo.

 

Obras como la terrible “Edipo Rey”, en que como todos sabemos el hijo se casa con la mamá, y ella termina suicidándose y él sacándose los ojos, eran presentadas en los teatros para que las personas se purificaran mental, emocional, espiritual y hasta corporalmente.

 

Según Aristóteles, la catarsis es la facultad de la tragedia (de la literatura en general, diríamos nosotros) de redimir al espectador de sus propias pasiones, al verlas proyectadas en los personajes de la obra, y al permitirle ver el castigo merecido; pero sin experimentar dicho castigo él mismo.

 

Es decir que al leer, el niño, joven o adulto usan la razón para valorar éticamente las opciones. Si una persona o ser humanizado hace esto, aquello o lo otro, logrará ser feliz o infeliz, llevar una vida buena o mala, éticamente hablando. Y si hubiera hecho algo diferente, habrìa conseguido resultados opuestos.

 

Me dirán muchos –con hartísima razón- que lo mismo podríamos decir entonces de cualquier telenovela latinoamericana de bajo presupuesto o película de Hollywood. Y estaría en lo cierto.

 

Pero en esta comparación es cuando podemos resaltar el valor de la buena literatura.

 

‎La televisión y el cine, en general, clasifican a los seres humanos en “buenos”, “malos”, “héroes”, “villanos”, “valientes”, “cobardes”… La literatura infantil, juvenil o para adultos –la buena literatura- nos presenta seres reales que se enfrentan a diferentes situaciones con la libertad de tomar esta u otra opción, o esta u otra actitud. Y terminan soportando el tipo de vida o el tipo de muerte que ellos mismos provocaron.

 

Repito entonces que la literatura infantil y juvenil forma éticamente a los lectores; así los escritores y las editoriales no se lo hayan propuesto.

 

Lo que definitivamente no debe hacer la literatura infantil y juvenil es formar “moralmente” a los lectores.

 

Cuando se habla de moral, la gente se refiere a esas órdenes o costumbres que suelen respetarse, al menos aparentemente,  y a veces sin saber muy bien por qué. Pero lo realmente útil para el ser humano no està en someterse a ese código o en llevar la contraria a lo establecido sino intentar comprender.  Comprender por qué ciertos comportamientos nos convienen y otros no; comprender de qué trata la vida y qué es lo que puede hacerla “buena” para nosotros los humanos.

 

Seamos realistas y aceptemos que los niños y jóvenes de hoy no son los de antes. Nuestros chicos y jóvenes están expuestos a los productos artísticos o masivos de diferentes sociedades y, por lo tanto, de diferentes códigos morales. No solamente la moral católica sino la evangélica, oriental, ancestral…

 

Pretender limitar a nuestros lectores a una determinada moral es exponernos –como educadores, escritores o editorialistas- a la burla y el abandono de los niños y muchachos.

 

No tratemos de formarlos moralmente con nuestros cuentos, novelas o poemas. Permitámosles formarse éticamente; es decir, permitámosles analizar la moral que rige nuestra sociedad y compararla con otras morales; permitámosles usar su razón y decidir con libertad qué les conviene más para su vida, sus circunstancias y su propia felicidad.

 

En conclusión, ¿DEBE LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL FORMAR ÉTICAMENTE A LOS LECTORES?

No debe. Lo hace, así no lo pretenda. Lo que no debe es intentar formarlos “moralmente” porque eso, en este tiempo, es no solamente ridículo sino absurdo.

 

 

 
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Publicado por en noviembre 27, 2012 en Artículos varios

 

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Historias de la cuchara (opinión de los lectores)

historias-de-la-cuchara-historias-para-degustar#comment-1982394

La Gastro Groupie

Cualquier relación con la gastronomía es pura coincidencia

«Historias de la cuchara». Historias para degustar

La Gastro Groupie
Enviado por La Gastro Groupie el 18/07/2012 a las 15:29

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Debo aclarar que antes de leerlo, juzgué mal este libro. Quizás por su extensión promedio, porque lo encontré por casualidad o porque no conocía la hoja de vida de su autora. María Christina Aparicio.

Ésta colombo-ecuatoriana radicada en Quito es graduada en Letras y Castellano, profesora y  ¡ah! chef. Con estas aclaraciones no es sorpresa encontrar siete historias  que valen la pena leer. No voy a contar de qué se trata cada una, pero si puedo dar una pista de lo que encontrarán:

“XOCOLATL

Tanto amó Quetzalcóatl a los hombres, que robó para ellos la planta más preciada de los dioses: la del xocolatl. Las deidades enfurecieron y hubo fuegos, tormentas y terremotos; los mares se desbordaron, el cielo oscureció y Quetzalcóatl, la enorme serpiente emplumada, fue desterrada para siempre de la morada de los dioses y tuvo que habitar entre los hombres.

Sor Isabel escuchó esta historia de boca del soldado que llevó al convento de Oaxaca una jarra de una bebida oscura y espesa hecha de un fruto llamado xocolatl. El militar alertó a las

religiosas españolas de que debían probarla con cuidado porque tenía chile, era amarga y se pegaba en la boca y en la garganta, como las ventosas de una sanguijuela que baja lentamente por el cuerpo. A cambio, el xocolatl permitía que un hombre estuviera todo el día sin comer y despertaba las ganas de vivir. Era tanto el aprecio que le tenían los aztecas a las semillas de esta planta, que las usaban como monedas.

Sor Isabel era una de las encargadas de cuidar el huerto y tratar de adaptar las legumbres europeas a esa tierra extraña de tantos colores, animales y plantas de fertilidad descarada. Apenas tenía dieciséis años y había llegado nueve meses atrás de España. Sin embargo, aún se sentía en constante estado de alerta y desprotección.

Al igual que las otras religiosas españolas, Isabel se asomó a la jarra de xocolatl; sonrió como las demás y compartió sus burlas porque el contenido no le pareció más que barro convertido en bebida. La madre superiora, más bromista que interesada, ordenó a Inés, la pequeña, tomar un sorbo. Los labios de la pobrecita quedaron embarrados de aquella baba oscura.”  

(Cuento tomado del libro«Historias de la cuchara» de Ma. Cristina Aparicio. Bogotá. Editorial Norma. 2011)

cuchara.jpgTodas siete tienen como eje una preparación, un momento histórico y varios personajes -que perfectamente podrían ser candidatos a estar en una pantalla- que completan este libro. Al terminar quedé convencida de que no hay nada como el amor a segunda vista. No solo en los libros sino en las recetas.

 

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