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Ética y Literatura (Ponencia leída en la Filij México DF, noviembre 2012)

27 Nov

¿DEBE LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL FORMAR ÉTICAMENTE A LOS LECTORES?

 

María Cristina Aparicio Agudelo

El nudo de esta pregunta que nos ocupa hoy es que la pobrecilla e inocente palabra “Ética” tiene una reputación bastante mala. Para empezar,  se la convierte en gemela de “moral”,  leyes, normas, monjitas de los colegios de antes, olor a incienso…

Sin embargo, ya alrededor del año 815 antes de Cristo, un filósofo griego formuló la que en mi opinión es la mejor definición de “Ética” que ha podido darse: “La ética es el arte del buen vivir”.  Así de sencillo y así de enorme.

Si una maestra le pregunta a sus alumnos de quince años lo que le preguntó Fernando Savater a su hijo en el libro sobre ética: ¿Qué es lo que màs deseas hacer en esta vida?, con toda seguridad, los chicos responderàn como el adolescente hijo del filósofo: “Quiero pasarla chévere, quiero divertirme, quiero pasarla bacán, quiero vivir fresco. cooool”.  Entonces la profesora podría jurarles a sus alumnos, sin faltar a su palabra, que la literatura les ayudará a llevar esa vida bacana que tanto quieren.

Porque para Aristóteles como para Fernando Savater, la ética no es más que el arte de comprender qué nos conviene para alcanzar el bien más preciado en esta vida, que no es el dinero, la delgadez o la última tablet de Apple, sino la felicidad.

Es cuando ustedes y yo caemos en otra de esas palabras que se han usado tanto, que se han desgastado y  perdido su significado: la palabra “felicidad”.

Hace 815 años antes de Cristo, Aristóteles dedujo que la felicidad de hombres y mujeres tiene que estar asociada a la característica más distintivamente humana: la razón.

Si vamos uniendo las palabras para no perdemos, tendremos que la ética está asociada a la felicidad, que a su vez está ligada a la razón.

Savater sigue la posición aristotélica, pero aumenta un término más: la sociedad.

Para el filósofo español, la razón no es la única característica distintivamente humana. Savater concluye que un ser humano no puede ser humano si no está inmerso en una sociedad de congéneres (es bien sabido que los niños que se han criado entre animales no adquieren por arte de magia el lenguaje, y solo gruñen y se comportan como bestias, peleándose por un hueso y alzando la pata delante de cualquier árbol).

 

Entonces llegamos a una definición de ética que reúne todos estos términos: La ética es el arte de ser feliz en sociedad, a consecuencia de haber usado la razón.

Nótese que hemos subrayado la palabra razón. Si yo respeto un determinado sistema de leyes, es decir, si respeto una determinada “moral” (por ejemplo la moral talibán que prohíbe que las niñas estudien) no porque mi cabeza ha llegado a la conclusión de que es lo mejor sino porque de lo contrario los talibanes me abalearían, yo no estaría aplicando principios éticos. Porque para actuar éticamente la condición indispensable es la libertad.

Volvamos a la definición de ética: es el arte de ser feliz en sociedad, a consecuencia de haber usado la razón. No a consecuencia de que sobre mí hayan usado el garrote.

 

Ahora, volvamos a la pregunta inicial de esta reunión: ¿DEBE LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL FORMAR ÉTICAMENTE A LOS LECTORES?

En esta pregunta sobran varias cosas. Sobra la palabra “debe” y sobran los signos de interrogación.

 

La literatura forma éticamente a los lectores. Punto.

 

Ni siquiera hay que preguntarlo. Al leer una obra literaria –para niños, jóvenes o adultos- los lectores se están formando éticamente. Así los escritores no hayan tenido ni la más mínima intención de que eso sucediese.

 

¿Por qué? Porque las obras literarias, en especial los cuentos y novelas, nos presentan a seres humanos o humanizados que toman diferentes opciones en la vida. Y debido a ellas, tienen que acarrear con unas u otras consecuencias.

 

Si volvemos a los años 800 antes de Cristo, veremos que los griegos ya se habían percatado de esta función ética de la literatura, que tiene mucho que ver con la famosa “catarsis” que las tragedias clásicas perseguían conseguir en el pueblo.

 

Obras como la terrible “Edipo Rey”, en que como todos sabemos el hijo se casa con la mamá, y ella termina suicidándose y él sacándose los ojos, eran presentadas en los teatros para que las personas se purificaran mental, emocional, espiritual y hasta corporalmente.

 

Según Aristóteles, la catarsis es la facultad de la tragedia (de la literatura en general, diríamos nosotros) de redimir al espectador de sus propias pasiones, al verlas proyectadas en los personajes de la obra, y al permitirle ver el castigo merecido; pero sin experimentar dicho castigo él mismo.

 

Es decir que al leer, el niño, joven o adulto usan la razón para valorar éticamente las opciones. Si una persona o ser humanizado hace esto, aquello o lo otro, logrará ser feliz o infeliz, llevar una vida buena o mala, éticamente hablando. Y si hubiera hecho algo diferente, habrìa conseguido resultados opuestos.

 

Me dirán muchos –con hartísima razón- que lo mismo podríamos decir entonces de cualquier telenovela latinoamericana de bajo presupuesto o película de Hollywood. Y estaría en lo cierto.

 

Pero en esta comparación es cuando podemos resaltar el valor de la buena literatura.

 

‎La televisión y el cine, en general, clasifican a los seres humanos en “buenos”, “malos”, “héroes”, “villanos”, “valientes”, “cobardes”… La literatura infantil, juvenil o para adultos –la buena literatura- nos presenta seres reales que se enfrentan a diferentes situaciones con la libertad de tomar esta u otra opción, o esta u otra actitud. Y terminan soportando el tipo de vida o el tipo de muerte que ellos mismos provocaron.

 

Repito entonces que la literatura infantil y juvenil forma éticamente a los lectores; así los escritores y las editoriales no se lo hayan propuesto.

 

Lo que definitivamente no debe hacer la literatura infantil y juvenil es formar “moralmente” a los lectores.

 

Cuando se habla de moral, la gente se refiere a esas órdenes o costumbres que suelen respetarse, al menos aparentemente,  y a veces sin saber muy bien por qué. Pero lo realmente útil para el ser humano no està en someterse a ese código o en llevar la contraria a lo establecido sino intentar comprender.  Comprender por qué ciertos comportamientos nos convienen y otros no; comprender de qué trata la vida y qué es lo que puede hacerla “buena” para nosotros los humanos.

 

Seamos realistas y aceptemos que los niños y jóvenes de hoy no son los de antes. Nuestros chicos y jóvenes están expuestos a los productos artísticos o masivos de diferentes sociedades y, por lo tanto, de diferentes códigos morales. No solamente la moral católica sino la evangélica, oriental, ancestral…

 

Pretender limitar a nuestros lectores a una determinada moral es exponernos –como educadores, escritores o editorialistas- a la burla y el abandono de los niños y muchachos.

 

No tratemos de formarlos moralmente con nuestros cuentos, novelas o poemas. Permitámosles formarse éticamente; es decir, permitámosles analizar la moral que rige nuestra sociedad y compararla con otras morales; permitámosles usar su razón y decidir con libertad qué les conviene más para su vida, sus circunstancias y su propia felicidad.

 

En conclusión, ¿DEBE LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL FORMAR ÉTICAMENTE A LOS LECTORES?

No debe. Lo hace, así no lo pretenda. Lo que no debe es intentar formarlos “moralmente” porque eso, en este tiempo, es no solamente ridículo sino absurdo.

 

 

 
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Publicado por en noviembre 27, 2012 en Artículos varios

 

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